El que baila con lobos

A.M. 

La mañana del 25 de diciembre los papeles se invertían. Mientras algunos, los hijos, tratábamos de recomponernos, nos retorcíamos en la cama juntando las piezas del día-noche anterior y lamentábamos no haber cerrado ni las cortinas al llegar; otros, nuestros padres, abrían los regalos, se los probaban, los comentaban. Jugaban.

Entre estos destacaba uno, siempre hay uno. Y ese fue el que le dió a mi padre el valor suficiente para abrir la puerta de nuestros cuartos, adentrarse en las Grandes Llanuras y extender el brazo: “¡mirad!”. Abrí un ojo y me pareció ver a un niño.

Mientras me vestía para comer recordé a Laura y a Neal de ¡Vaya Santa Claus! y la escena final en la que reciben los regalos que siempre quisieron: el Mistery Date y un silbato en forma de salchicha. En este caso, mi padre nos había enseñado con orgullo el libro-recopilación de las fotografías de Edward S. Curtis de los indios de Norteamérica pero la cara de emoción, de ilusión, era la misma.curtis_indians_hc_ko_e_3d_45424_1503121856_id_911902En estos días de Navidad, después de cenar todos juntos, mi padre aprovechó las dudas (10 segundos de silencio) sobre qué película ver para meternos su cuña habitual: “¿Y si vemos Bailando con lobos?”.

Bailando con lobos es de las películas favoritas de mi padre, por no decir la favorita. Y no podría decirlo con exactitud pero es probable que hayamos visto el susodicho largometraje unas 30 veces y tampoco es que tenga tantos años (aunque algunos ya hayan empezado hacer bromas con lo del cuarto de siglo).

Me imagino que fue porque era Navidad que acabamos viendo la película. Pero no fue como las otras veces. Calcetines, En Pie con el Puño en Alto, Pájaro Guía, el diario, la banda sonora. Repito, la banda sonora.

Sensaciones extrañas.

A mitad del filme, cuando el teniente Dunbar volvía a encontrarse con los soldados americanos en el puesto fronterizo y los indios sioux se ponían en peligro, me levanté y me fui a la cama. Llegaban los malos y no quería ver la parte triste.

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Este sábado fui al Thyssen a ver la exposición La ilusión del lejano oeste que muestra cómo artistas, fotógrafos y pintores del siglo XIX, reflejaron a los paisajes y tribus indias a través de sus obras. La grandiosa naturaleza, sus hoy desaparecidas costumbres, sus rituales, sus ceremonias…Retratos de Toro Sentado y Halcón rojo, mapas desde Florida hasta Nuevo México, objetos como pipas, plumas y flechas forman esta muestra en la que hay hasta una impresionante cabeza de búfalo disecada traída del Museo de Ciencias Naturales. Tatanka. O mi tío Rafa bailando.

Entonces, me emocioné. Finalmente, había comprendido todo.

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Un oasis en los badlands, Edward S. Curtis, 1905

Desde niño, mi padre siempre ha ido con los indios. A diferencia de sus compañeros de colegio, él se ponía las plumas y movía a sus figuritas “estratégicamente” para siempre ganar a los vaqueros. Siempre acababa tomando el fuerte. Se tomaba tan en serio la victoria que incluso un día “jugando” lo quemó para disgusto de mi abuela porque también ardieron otras cosas de su cuarto. Por fortuna, ella también iba con los indios y tuvo a bien no decírselo a mi abuelo.

Mi padre siempre ha ido con los indios porque vivían en armonía con la naturaleza, porque tenían la inocencia de un niño y a la vez el instinto de un animal. Por su nobleza y por su lealtad.

“Porque a pesar de pertenecer a una raza vencida estarían dispuesto a morir sin revelar los secretos de sus más profundas interioridades”.

“Personas a quienes la ambición personal, el tiempo y el dinero no les importa nada, pero a quienes un sueño, una nube en el cielo o un pájaro que cruza el camino volando desde una dirección equivocada, significan mucho”.

Mi padre siempre ha ido con los indios porque saben hacer frente a cualquier adversidad. ¿Buscar a los búfalos armados con unas flechas y unos arcos? Van. ¿Hacer la guerra a los casacas azules que tienen winchester de repetición? Van. Y lo mejor de todo, creen que pueden vencer.

Mi padre siempre ha ido con los indios porque defiende las causas justas por muy minoritarias que sean. Pues si están basadas en principios, historia, familia y tradiciones son legitimas e igual de válidas que cualquier otra empresa.

Y yo, ahora que lo entiendo todo, me imagino a mi padre, dejando la niñez atrás, metiendo a su indio de plástico en el armario por última vez. Habían ganado en Wounded Knee.

Seguramente lo sostuvo con fuerza y dijo mirándole a los ojos:

¿No ves que siempre seré tu amigo?

 

2 Respuestas a “El que baila con lobos

  1. Me gusta mucho el comentario de ¨YO SIEMPRE SERE TU AMIGO Y si los indios piensan asi.yo tambien voy con los indios.

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